Todo pareció surreal
al momento de bajar del camión, la llovizna apretada, la soledad de un pueblo
lejano, con una sola maleta donde llevabas todo lo que necesitabas para
disfrazarte, maquillaje, los grandes zapatos, la peluca y el hermoso traje
hecho a la medida color perla con vivos en amarillo, rojo y negro. Desde
pequeño fuiste bueno para hacer reír a las personas y muy a pesar de tu padre
te convertiste en un payaso, “Suspiritos” era como te conocían los demás
payasos y así fue como quedó tú nombre artístico.
Pese a muchas cosas
ser payaso no era la profesión ideal, cada vez menos niños pensaban en un
payaso para su cumpleaños, preferían esas pendejadas de superhéroes, tipos
gordos disfrazados con mallas, oliendo a cerveza barata y con la gracia y
agilidad de una ballena en la cuerda floja, profesionales como tu sabían hacer
malabares con diferentes objetos, cambiar la voz, hacer chistes blancos
verdaderamente graciosos, bueno graciosos para otra época y otro tipo de niños.
Ahora con 43 años en
la espalda y niños hechos en esta era vacía ya no existía forma en que te
ganaras la vida de forma decente; siempre parado en las inmediaciones del metro
La Merced, esperando que algún padre llevara a su hijo ansioso por ver a “Suspiritos”
creando bueno humor, haciendo animales con globos, jugando a ser el mejor y más
graciosos de los payasos, pero que queda, sólo más canas que esconder con la
peluca y muchas arrugas que se cubren con la pintura blanca.
Un par de días antes
mientras esperabas junto con los demás una pequeña oportunidad de brillar un
hombre muy gordo casi imposible de tanta grasa caminaba y preguntaba a los
demás payasos, platicaba un momento con ellos y luego con cara de decepción se
iba hacia el siguiente payaso buscando ¿qué buscaba? Pronto lo supiste, se
acercó un poco tímidamente a ti y te dijo –Busco un payaso, el mejor payaso, el
payaso elegido ¿es usted ese payaso?- tu sin dudar mucho le dijiste un sórdido
sí, el hombre se alegró, dio pequeños brinquitos mientras sus manos regordetas
aplaudían.
-Mire debo
explicarle, quiero contratarlo para que vaya a mi pequeño pueblo, a mi hermoso
pueblo y de la mejor función de su vida, será para chicos y grandes, será algo
que nunca más volverá a ver usted- -¿y de qué pueblo estamos hablando?- dijiste
pensando que te iba a querer mandar a los cuernos de la luna y no te iba a pagar
lo suficiente –Oh pues es un pequeño pueblo enclavado en San Luis, el pueblo
más amable y agradable al que usted podrá ir nunca jamás, por los gastos no se
preocupe todos estos corren por mi cuenta, sus pasajes, el hotel más su paga,
lo que es más aquí le dejo el adelanto de diez mil pesos- dijo mientras
extendía varios billetes.
Y aquí estabas, con
el puto frio calándote hasta el fondo, pero con el calor que el dinero te daba
desde tu cartera. Por un momento pensaste que había sido una gran y cara broma
hasta que viste venir al señor gordo caminando por la acera, acompañado de un
hombre vestido con una levita que te hacía pensar en épocas pasadas, muy pálido
y con un pequeño y prolijo bigotito que lo hacía ver bastante más espeluznante
de lo que realmente era. Los dos se acercaron a ti, el tipo gordo apellidado
Godínez, te presento al otro como el señor Cuy y te dijo que cualquier cosa que
tu necesitaras Cuy lo traería para ti.
Ambos te ayudaron con
tus maletas y te dejaron en el hotel, un hotel que se veía bastante decente y
confortable, tanto que hasta desentonaba con lo demás que habías visto del
pueblo –Yo supongo que muere usted de hambre, lo dejaremos en su habitación
para que se bañe y lo esperamos para comer en el restaurante del Hotel- te dijo
sonriendo el señor Godínez mientras subían las escaleras, te dejaron en la
puerta de tu cuarto, se despidieron con una ligera reverencia y se fueron, ya
dentro de tu habitación decidiste no pasar un minuto más de lo necesario en ese
pueblo, todo lo que habías visto te había dado un enorme escalofrío.
Después de bañarte
bajaste al restaurante y encontraste una mesa preparada para ti donde el gordo
Godínez y Cuy te esperaban, en cuanto te sentaste el mesero llegó con platos
enormes de sopa de setas, mientras comías Cuy no dijo ni una palabra mientras
que el señor Godínez te platicaba de todas las cosas mágicas que ibas a ver en
el pueblo –Encontrará el primer palacio municipal del estado, podrá usted
caminar entre la historia de este bello país- -disculpe, tengo una duda ¿cuándo
y dónde me presentaré?- preguntaste de una forma hosca con un dejo de
incertidumbre –ah mi joven amigo, se llevará a cabo esta noche que es el
eclipse lunar, será en el centro del pueblo como un artista de su calibre merece-
estas palabras te llenaron de un orgullo que poco a poco se fue desapareciendo
al salir del restaurante una vez terminada la cena; Godínez te llevaba agarrado
de un brazo mientras te contaba de las grandes maravillas del pueblo y Cuy
callado como siempre iba detrás de ustedes cargando tu maleta.
Una vez que llegaron
al centro de la ciudad viste como cientos de personas caminaban alrededor del
kiosco, pero algo parecía estar mal, al principio no acertaste a encontrar lo extraño, aunque poco a poco te diste
cuenta que además de la música que surgía del sonido local no se escuchaba la
típica algarabía de una feria, todos hablaban a susurros si es que hablaban,
los demás daban vueltas en silencio sin siquiera mirar a los otros, solo
caminaban con la mirada perdida, al intentar hacer un comentario sobre esto
Godínez cambió el tema y te llevó hacia el kiosco y te abrió una puerta que
llevaba directo a la base –Puede usted entrar ahí querido señor, cuando esté
listo solo toque el botón que está al lado de la puerta y póngase en el centro
que de lo demás nos encargamos nosotros- y cerró con llave la puerta.
Mientras te cambiabas
imaginabas todo lo que ibas a hacer, como ibas a ganarte a grandes y chicos,
como tu vida iba a cambiar después de esta presentación, ya sin los recelos de
antes pensaste vagamente que hasta podrías quedarte en el pueblo, conseguir una
buena esposa y hacer las delicias de chicos y grandes en todas las fiestas del
pueblo y ser por fin una celebridad. Después de maquillarte y cambiarte, preparar
los globos y los bolos para los malabares, decidido como nunca en la vida
tocaste el botón que te llevaría arriba, a la gloria. Cuando te pusiste en el
centro una plataforma comenzó a subirte y al llegar arriba todo lo que habías
soñado se terminó. Cuando la plataforma por fin subió lo único que alcanzaste a
ver fue que toda la barra que delineaba el kiosco estaba envuelta en llamas y a
cientos de personas entonando cánticos en un lenguaje extraño y después de eso
solo el dolor de las llamas en tu piel y después, nada.